Auf Wiedersehen, Karl! Hallo, Helmut.

Un cambio de instrumento es toda una aventura. Los sonidos cambian, pero el espíritu del instrumento permanece. Hoy contaré mis historia con uno de los instrumentos más difíciles de tocar: el violín.

Violines Helmut y Karl Höfner

2020. Tiene siglos que no me aparezco por aquí. Entre el trabajo y el estudio me he mantenido algo lejos de mi amado blog.

Este año trajo cambios importantes en mi vida, y uno de ellos estuvo relacionado con mis estudios de violín. Comencé a aprender violín hace como 12 años, si mal no recuerdo. Como no tenía los medios para adquirir uno, mi hermana me prestó el suyo, un violín marca Cremona, modelo SV-50 (fotos de referencia, ya que creo que no tengo ni una fotografía de ese violín).

Ese violín lo tuve conmigo quizás unos 2 años a lo mucho, porque si mal no recuerdo, me lo prestó en 2007 o 2008. Debo decir que era un violin agradable, sí chino y de color rojo, pero me gustaba.

Para 2008 yo ya podía tocar algo decentemente, y gracias a Dios mi papá tenía un mejor trabajo que le permitió darme dinero para comprarme un violín. En vez de comprarle a mi hermana el suyo, decidimos buscar un modelo un poco mejor. Como en ese entonces no tenía idea de cómo comprar un instrumento (y no se me ocurrió preguntarle a mi maestro) comencé a ver reviews en internet para determinar qué violín comprar.

Estaba indeciso entre un Karl Höfner, un Gliga Gem o un Strunal. Me tentaba también un Cremona de modelo superior al que tenía, pero decidí dejar la idea a un lado. Después de mucho buscar decidí comprar un Karl Höfner modelo H5G. Obviamente, me dejé llevar mucho por la vista, ya que «se vía bonito». En aquel entonces lo encontré en Sala Beethoven, en San Pedro Garza, N.L..

Era mi primera compra y estaba nervioso. Hablé por teléfono a la tienda y la persona que me atendió fue muy amable y me inspiró confianza, y así fue como envié mis dineros pa’l norte y en cuestión de más o menos 1 semana me llegó mi violín por DHL. Recuerdo los nervios cuando vi su estuche rectangular negro, era muy diferente al estuche azul del violín de mi hermana.

Y así comencé una etapa más en mi relación amor-odio con el violín. Si bien podía tocarlo, no era un instrumento que me fascinara. Seguí tocándolo porque pensaba «bueno, ya lo toco, ya qué me queda». Para empeorar las cosas, nuestro maestro de violín se mudó a Brasil y nos quedamos sin un sustituto. Eso hizo que desarrollara muchos vicios y malas posturas. Eso también causó que ya no quisiera practicar y que no tomara el instrumento en serio.


En 2010, mientras estudiaba en el Instituto Ministerial Hebrón, tuve una maestra, la hermana Vero. Era una violinista excelente y me ayudó a corregir varios aspectos. Lamentablemente, su embarazo no le permitió seguirme dando clases, pero me ayudó a entender varias técnicas. Desde esa fecha hasta este año no tuve clases de violín… ¡fueron casi 10 años sin clases! Por supuesto, recaí en el amor-odio con el instrumento y seguí tocándolo sin ganas.

Como docente, sé que una parte muy importante en el aprendizaje es tener a alguien que realice un seguimiento de lo que uno está aprendiendo. A mis alumnos de inglés les animo a mantenerse practicando y voy realizando una evaluación de su avance. Como yo no tenía a nadie que me dijera cómo iba mi progreso en el violín – y yo sabía que iba remal – eso causaba que no tuviera ganas de seguir tocando, ya que sabía que no podría progresar más.

Mala postura del violín

Miren nada más… se nota mi mala postura con respecto a mi amigo (soy el de la derecha). Foto del 2008.

El violín es un instrumento muy complejo, temperamental y cruel en cuanto a los errores. No perdona ni un leve movimiento en falso, ya que eso afecta ya sea la afinación o el sonido que se produce. Esto me desanimaba mucho (bueno, lo sigue haciendo), y por ello casi no quería practicar. Ahora, desde 2008 el pastor nos había dado instrucciones de tocar durante los servicios… ¡pobres hermanos! Para quienes no tenían un oído educado, les sonaba maravilloso; pero para quienes ya teníamos un poco desarrollado el oído musical… pues eran puros chillidos de gato, ja, ja, ja.

Todo esto me lleva a 2020, este año, Año del Coronovirus. Comencé a tomar clases en el Colegio de Música e Inglés Sion, CMIS para los amigos. CMIS está orientado a preparar músicos bajo un ambiente cristiano, pero con un enfoque profesional. Después escribiré una entrada sobre ellos.

Inicié clases el 6 de mayo, y obviamente me fue como en feria. Gracias a Dios la maestra fue paciente y desde la primera clase me corrigió varios detalles y malos vicios adquiridos durante casi 12 años. A pesar de ser clases en línea, han sido muy efectivas, y comencé a ver progreso en la forma en la que tocaba.

Esto me animó bastante, y a pesar de que llevo casi 5 semanas con los mismos ejercicios, hizo que comenzara – por fin – a enamorar del violín. Ya no era la relación de amor apache que teníamos, ahora era pura miel sobre hojuelas, por decirlo así. Comencé a disfrutar el sonido del instrumento y empecé a encariñarme con mi violín.

Un amigo me preguntó que si no pensaba comprar un violín mejor, y mi maestra también me preguntó lo mismo. Comencé a considerarlo, pero no veía razón, ya que tendría que vender primero mi violín para tener algo de dinero, y luego buscar algo que se ajustara a mi presupuesto. Deseché la idea en un principio, pero comenzó a picarme el gusanito.

Contacté a varios lauderos, empezando con mi laudero de base, Nahum Landa. Tenía un violín muy bonito, pero su precio se me hizo elevado. Me di cuenta de que si quería comprar algo que me durara por mucho tiempo, o de por vida, tendría que desembolsar algo de dinero.

Pero de repente… apareció un violín muy singular:

Me enamoré a primera vista. Me encantaron los detalles. Era un violín alemán, de 1970. El laudero que lo vendía era Erick Díaz , un laudero joven de Toluca. Mi maestra hizo el favor de ir a hacer la prueba de sonido y me dio luz verde para comprarlo. Gracias a Dios, un hermano de una iglesia en Oaxaca compró mi violín, el Karl Höfner, y entonces tuve para dar el enganche del nuevo violín.

Unos días después, Helmut – como bauticé a mi nuevo violín – arribaba a la costa veracruzana. En cuanto lo vi en persona me dio una gran impresión, se veía distinto a las fotos. Se veías más… serio. No sé, es difícil describirlo, pero eso me hizo darle su nombre. Me pareció un nombre fuerte, de alguien que causba la impresión de tener poder y presencia (está bien si me llaman loco , 🙁 ).

Y hoy, 13 de julio, Karl, como se llamaba mi antiguo violín, partía hacia tierras oaxaqueñas. Bueno, lo llevé hoy a DHL, pero sale mañana. Fue un gran amigo, y extrañaré su barniz dorado rojizo. Ahora es Helmut quien toma su lugar. Tiene un sonido muy distinto, más claro. Me gustan sus graves, y estoy ansioso por experimentar con diversas cuerdas para ver cuáles le quedan mejor… siempre y cuando mi bolsillo me lo permita.

Mi nuevo compañero y amigo, Helmut.

Y así es como termina esta historia. Estoy muy feliz por poder comprar un nuevo instrumento, a mi gusto y, sobre todo, por estar enamorado del violín. ¡Algún día subiré un video tocando!

Si llegaste a leer hasta aquí, muchas gracias. No había nada interesante, pero quería expresarme un poco. Tenía rato de no escribir. Voy a actualizar la entrada dentro de poco, para añadir algunas fotos que encontré por allí.

¡Hasta pronto!

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